sábado, 20 de noviembre de 2010

Mediadores de lectura

Es importante partir de la base de que no se nace lector o no lector, sino que nuestro camino se irá forjando a partir de las experiencias propias de la vida diaria; pero ¿Bajo qué criterios nos regimos para determinar el momento en que nos volvemos lectores? Al respecto Laura Devetach señala que “Muchos de nosotros nos percibimos como no-lectores, y la ansiedad por llegar a ser “lectores”, por cumplir con imperativos no siempre claros, nos lleva a contabilizar sólo lo que leímos, o no leímos, según cánones escolares o académicos generados en base a normas discutibles” (Devetach, 2008: 18). Tal definición  resulta excluyente, pues el campo de la lectura es restringido únicamente a lo literario, dejando de lado las palabras, canciones, dichos, poemas, etc. que forman parte de la cultura en la que cada individuo se desarrolla. Nuestras lecturas pueden devenir de cualquier acción o manifestación humana; es así como podemos leer  películas, pinturas o incluso un simple gesto en tanto podamos interpretarlo y en el mejor de los casos “escribirlo” en un proceso de enunciación. Cuando logramos compartir nuestras interpretaciones estamos cumpliendo con un rol mediador, ya que facilitamos el encuentro de nuestros interlocutores con una amplia variedad de lectura; esta acción puede ser conciente o inconsciente; es decir, podemos compartir el relato de un libro con un amigo sólo con el fin de mantener una conversación o bien para conseguir un objetivo, que en este caso sería motivarlo a revisar el texto que estamos reproduciendo para ellos. En este aspecto, los establecimientos educacionales y las bibliotecas no permiten dicha distinción; puesto que corresponden a instituciones mediadoras por excelencia; es decir, se centran en la promoción de la lectura como uno de sus principales objetivos.
Durante siglos la escuela se encargó de enseñar el código escrito, la traducción de clásicos griegos y latinos y la retórica de discursos profesionales pero la promoción en el sentido de crear hábitos lectores era algo que se producía de forma natural en la familia o en un entorno minoritario que tenía acceso a las obras (habían pocos libros y éstos se hallaban en las bibliotecas de la clase alta); sin embargo en el siglo XIX esta situación cambia abruptamente en respuesta a la demanda social existente. La alfabetización era sinónimo de progreso y se le consideraba como un elemento igualador entre los seres humanos, un camino para alcanzar un nuevo orden político y social.
De esta manera comienza a crearse la “promoción de la lectura” con las masas obreras y campesinas dentro del aula, pero el verdadero pacto de colaboración entre escuelas y bibliotecas se realiza en la segunda mitad del siglo XX.  “Promocionar y enseñar a leer terminaron por verse como las dos caras de una misma moneda. En el camino, las fronteras entre ambos espacios, objetivos e instituciones, se habían permeabilizado” (Colomer, 2004: 4). Los bibliotecarios distinguieron entre los distintos tipos de público a los que se dirigían y cuando se dirigieron de manera específica al público infantil, comenzaron a realizar prácticas motivadoras como por ejemplo “narrar cuentos”; sin embargo al trabajar con niños y niñas que “deben aprender” no tuvieron más alternativa que fijarse en las prácticas escolares.
Cabe destacar que los cambios no se generaron sólo en las bibliotecas, sino que también pudieron apreciarse en las escuelas, especialmente en prácticas como la inclusión de textos exteriores en las aulas (revistas, periódicos, etc.) y salidas a terreno (salidas a la calle, bibliotecas, etc.).Entre ambas instituciones se creó un espacio superpuesto, ya que el funcionamiento de las bibliotecas se introdujo en el ámbito escolar en el denominado “rincón escolar” o “rincón de biblioteca” totalmente opuesto a lo que sucedía en años anteriores, donde los libros eran guardados bajo llave y no se encontraban a disposición de los alumnos.
Hoy, el rol de ambas instituciones como mediadoras ha ido cobrando realce;  si bien existe un porcentaje importante de personas que se considera como “no lectora” no se puede negar el avance en comparación con épocas anteriores en donde sólo algunos tenían el privilegio de leer; sin embargo, esta es una situación que no debe limitarse al ámbito de dichos espacios, sino que también se debe tener conciencia del papel que juega la familia en el recorrido lector de sus hijos. No se puede atribuir toda la culpa a los docentes o a la manera en que éstos instruyen a la población, pues la educación resulta de un trabajo conjunto en donde todos debemos tomar parte.



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